miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Hacia dónde iban los héroes?

Cuando pienso en los guerreros de la Independencia, en cómo es que debían de haber sido para poder luchar en esas batallas y conquistar cosas tan grandes como las que hicieron, siento una gran admiración por todo aquello que dejaron atrás para alcanzar sus objetivos. Creo que esto se debe en parte a una constante lucha por conseguir la congruencia en su vida, entre lo que pensaban y lo que hacían, para finalmente mantener dicha coherencia en todos los ámbitos de su vida.

He aprendido que esta es una de las cualidades que hacen grande a Simón Bolívar y que no importa si hablamos de su lucha por crear la gran Colombia o su romance con Manuelita Sáenz, una mujer a la que admiraba tremendamente y que luchó a su lado: esta batalla personal se encuentra presente. Sus compromisos consigo mismo lo llevaron a pelear sin importar cuál fuera el precio por lograr lo que él consideraba mejor para su patria y creo que ésta es una lección muy importante de la independencia para nuestra vida diaria.

A veces vemos a los héroes de la historia como seres lejanos, perfectos, fríos y calculadores. Cuesta trabajo imaginar a quienes ganaron grandes batallas y libraron a pueblos enteros de la opresión como personas comunes y corrientes, que dudaron, tuvieron miedo y probablemente pensaron más de una vez en renunciar y regresar hacia vidas más apacibles y discretas. Pero, ¿por qué no lo hicieron? En mi opinión tenían un claro compromiso consigo mismos: vivir acorde con su manera de pensar, siendo éste mucho más importante que seguir una existencia cómoda y plácida. A veces creo que les hubiera sido imposible tener una rutina desahogada y descansar en paz dejando de lado sus ideales. Supongo que la inquietud de no estar cumpliendo este pacto para con ellos les hubiera quitado el sueño, además de demeritar la belleza de una vida holgada. De esta forma, la búsqueda de congruencia se volvió el combustible que necesitaban para mantener la lucha por sus ideales más allá del cansancio, el deseo o la comodidad.

Pocas veces había reparado en esto tanto como ahora. En la vida siempre encontraremos rutas alternas que nos pueden llevar a pasar un buen rato, sólo hay que considerar si estas pequeñas desviaciones nos llevan realmente hacia donde queremos llegar. Tal vez, si tomamos este atajo podamos divertirnos mucho pero, ¿nos está acercando al camino por el cual queremos caminar? La respuesta es compleja, todavía no me la puedo responder, pero considero importante que antes de decidir de forma impulsiva, tomemos un minuto para analizar si esta determinación nos acerca hacia donde queremos llegar - o no.

La Vida por la Mitad.

El eje del Ecuador es una línea imaginaria que divide a la tierra en dos realidades diferentes. Muchos han llamado la atención acerca de que aquello que parecía una división geográfica arbitraria, no lo es. Es en este punto donde la estación cambia de nombre por su antípoda: la primavera se convierte en otoño, el invierno en verano. Y es donde se dice terminar el lado económicamente más rico de la tierra para dejar paso a la mitad pobre. Tal vez sea culpa de esta división que el destino de la capital estuviera marcada por la oposición de dualidades.

Esta es una ciudad que todavía no comprendo bien. He estado dando vueltas en mi cabeza tratando de definir lo que es Quito para mí, pero me ha resultado imposible al convertirse en un enfrentamiento de pares. Estas divisiones se notan desde el clima, donde el sol y la lluvia pelean constantemente con triunfos que duran de 5 a 15 minutos, antes de volver a combatir por el dominio de la ciudad durante el próximo lapso temporal.

Por otra parte, existe una fuerte confrontación entre las zonas norte y sur de la propia ciudad. Dado que la región septentrional fue la que tuvo mayor crecimiento económico en algún momento, el sur empezó a alimentar una fuerte rivalidad al quedar en desventaja económica de manera muy notable.

Pero más que esta división tradicional dentro de la ciudad, la separación existe entre la tradición y la modernidad. Desde el primer día que llegamos empecé a observar cómo había partes de la ciudad que eran sumamente contrastantes al resto. Estas zonas estaban llenas de sitios prefabricados, luces de neón, paredes falsas y música pop. Es un paisaje conocido, y hasta le da a uno alegría observar que existen lugares así en todo el mundo. Pero conforme se adentra en la ciudad, uno empieza a dar cuenta de que este espacio es una imposición absurda que no tiene nada que ver con la población. Tuve oportunidad de conocer a muchos grupos de quiteños diferentes: estudiantes universitarios, músicos, vendedores y gente que llevaba muchos años viviendo en Quito.

En mi estancia fui testigo de cómo un pueblo salía a peregrinar en Domingo de Ramos a través de un centro colonial, gente que vive en zonas que me recuerdan más a un paisaje estadounidense que a cualquiera de las ciudades latinoamericanas que conozco. Tal vez son estas áreas genéricas y prefabricadas las que me generan dichos sentimientos. Se busca que sean símbolos del avance y modernidad de la ciudad, pero hay veces que en lugar de darle características definidas, le restan personalidad alejándola de los que la habitan.

Dicha falta de congruencia en el paisaje generó en mí sentimientos encontrados acerca de la ciudad: me gustó mucho su espíritu, pero físicamente no refleja su identidad.

jueves, 20 de marzo de 2008

Quito, Ciudad de Rituales.

Quito me ha sorprendido de muchas maneras. Mientras viajaba en el avión rumbo a la ciudad trataba de imaginarme cómo sería y no lo lograba. Estaba expectante e inquieta, sentimientos que me mantuvieron despierta en el avión armando diferentes escenarios de lo que, según yo, sería este lugar.

Pero desde que bajamos del avión mi perspectiva cambió completamente. La ciudad era más grande de lo que pensaba. Aunque hay grandes edificios, muchos coches y un metrobús que les funciona bastante bien, Quito se parece más a un viejo que a una persona joven. Es tranquila, lenta, más motivada por las experiencias que por una gran energía de cambio y movimiento. A pesar de haberme encontrado con jóvenes de diferentes partes de la ciudad, esta impresión prevalece: aquí la edad pesa más que el arrojo y es ésta la que dicta cómo se vive.

Con esta sensación a mi lado, empecé a explorar la ciudad. Su centro histórico es hermoso y se encuentra muy bien conservado. Es habitado por cientos de leyendas, desde aquellas que cuentan la regeneración de un padre al que le gustaba mucho la fiesta, hasta algunas que aseguran la existencia de duendes que habitan dentro del volcán Pululagua.

Esto ha hecho que mi imaginación viaje, inquieta, de un lugar a otro, recorriendo los rincones de Quito. Me sorprendió mucho ver que estas leyendas influyen fuertemente en la vida de los jóvenes. Por ejemplo, conocí a un chico metalero, de aspecto rudo, vestido todo de negro, que usaba varios escapularios alrededor del cuello para protegerse de los duendes del Pululagua.Los rituales afectan la vida diaria de las personas, les dan forma y un significado diferente al que tiene en la ciudad de México, una sociedad más individualista y acelerada. Tuve la fortuna de llegar el domingo de Ramos a Quito y fui invitada a participar en la peregrinación para conmemorar este día. Nos reunimos frente a la Basílica del Voto Nacional a las 8:30 de la mañana para iniciar el recorrido hacia la Iglesia de San Francisco. Íbamos encabezados por un Jesús montado en un borrico, algunos sacerdotes y después muchas personas que cargaban ramos, cantaban y rezaban. Encontré gente de todas las edades, lo que más me sorprendió es que hubiera jóvenes en la procesión, yo no esperaba ver personas de mi edad involucradas, pero ahí estaban también, y se unían a los rezos participando activamente en el recorrido.

Conforme avanzamos quedé envuelta entre la multitud. Los cánticos, creaban una atmósfera muy especial, desde donde me encontraba no existía nada más que esas personas, esas oraciones y las palmas que de vez en cuando me rozaban la cara. Hasta el momento, sólo de pensarlo, se me enchina la piel de la emoción. Me sentí profundamente impactada por la religiosidad de las personas y por la fe que depositaban en esta peregrinación para agradar a Dios. Fue sumamente conmovedor estar ahí y poder compartir esta esperanza con los habitantes de Quito.

Pero esta experiencia no es exclusiva de los eventos religiosos, se extiende a diferentes ámbitos de la vida. En el área militar/gubernamental los rituales siguen vigentes, como muestras de poder. El lunes pasado, que grabábamos en la plaza mayor de la ciudad, fuimos interrumpidos por el cambio de guardia de la escolta presidencial. Esta ceremonia ocurre todos los lunes, aún así sigue convocando a muchas personas a presenciar cómo en medio de tambores y trompetas, la nueva custodia jura proteger al presidente Correa y da una vuelta por la plaza central. Siguen asistiendo para ser testigos de este acontecimiento.

Lo que viví me confirma cómo esta gente adopta estos rituales como parte de su vida diaria, les dan cierta tranquilidad y certeza de que el mundo marcha bien, de que todo seguirá como hasta ahora. Me agrada cómo Quito encuentra el mismo consuelo en las costumbres antiguas, como lo hacen las personas mayores en su cotidianidad. Siempre comer a la misma hora da una certeza de cómo es la vida, no habrá sorpresas, y a esta ciudad le gusta tener el control de su rumbo, que no existan sobresaltos, tal cual si tuviera 80 años y toda una vida de experiencia respaldándola.





Bogotá, Ciudad de Guerreros.

Bogotá me pareció una ciudad hermosa. Tenía grandes expectativas sobre ella, pues había escuchado muchas cosas, tanto buenas como malas, como de cualquier gran urbe. Estaba emocionada por conocerla y lo que me depararía el destino en ella. Antes de llegar, un amigo me dijo que el mayor peligro al conocerla era no querer dejarla, y creo que esta frase describe bastante bien el sentimiento que produce estar en Bogotá.

Mi primera impresión fue lo cuidada que está. El largo trayecto que cruza del aeropuerto al centro muestra sobresalientes aspectos de este sitio. Uno recorre la zona habitacional del norte, que es conocida por ser bonita y tranquila, cercana a varias de las zonas rosas (o barrios donde uno puede salir ya sea a cenar o de rumba). Después el Centro Internacional, lleno de oficinas y grandes edificios, para finalmente entrar a la Candelaria que es conocida por ser sede del barrio bohemio de la ciudad. Este barrio sería nuestro hogar durante los cinco días que pasaríamos ahí.

La personalidad de Bogotá es muy particular. Me parece que se caracteriza por ser muy joven en sus ánimos y en su estilo de vida. Para describirla se necesitan términos como “dinámica”, “colorida”, “contrastante”, “en evolución constante”, “viva”, pues su ritmo no se detiene. Me sorprendió mucho esto, pues al caminar por sus calles uno no puede evitar ver los numerosos recordatorios de tragedias que han matizado la historia de esta urbe. Tal vez una de las marcas que más me sorprendió fue una placa conmemorativa del asesinato de Rafael Uribe, muerto a hachazos en el centro de la ciudad. Pero en realidad, historias como ésta hay muchas. Bogotá no puede negar que tiene una historia de violencia contra la cual ha luchado y parece que va ganando.

Va ganando una batalla al ir recuperando las zonas que se consideraban perdidas. Barrios conocidos como hogar de delincuentes se han vuelto a tomar y muchos de los indigentes que poblaban las calles han encontrado empleos gracias a un programa gubernamental conocido como Misión Bogotá. Pero no son sólo las instituciones las que han participado en esta recuperación. Si no fuera por las personas que la habitan y la nutren con su energía, no importarían todos los planes que el gobierno tuviera para ellos, la ciudad no caminaría.

Son las personas las que día a día se levantan y ven la ciudad con nuevos ojos. Quienes al circular por ella le dan vida y quienes finalmente la han rejuvenecido poco a poco. Son los que estudian ahí, son las personas que asisten a los festivales de teatro y espectáculos en la calle, es la gente que toma sus cafés y lee quienes mantienen el calor de una metrópoli que podría ser muy fría.

Al hablar con las personas puede percibirse la alegría de estar vivo. Tal vez cuando uno vive bajo constante amenaza puede disfrutar mucho más los períodos de tranquilidad y las oportunidades de relajarse.

Bogotá me cautivó no sólo por su colorido, sino por su gran variedad de manifestaciones artísticas, no son sólo los grandes festivales de teatro, como del que nos tocó ser testigos, sino aquellas transmitidas por medio del grafiti, de los jóvenes, de la música. Siempre hay exposiciones de arte abiertas, varios de los museos son gratuitos y uno ve cómo los chavos entran libremente a observar lo que en ellas se muestra. Alguna vez esta ciudad ostentó el título de “la Atenas de América” y creo que poco a poco se acerca más a recuperarlo y volver a ser reconocida como tal.

Llamo a Bogotá una ciudad de guerreros, pues día a día sus habitantes la han construido y la han hecho más habitable. Aunque todavía no se ha llegado a una solución definitiva, la tranquilidad y la seguridad empiezan a llegar. Por medio de sus especialidades se siente cómo las personas se han apropiado de ella y la han hecho un entorno más acogedor, le han ganado espacio a los vacíos urbanos y han recuperado los lugares de convivencia. Los llamo guerreros, pues a pesar de todas las cicatrices que ostenta la urbe, no dan muestras de cansancio, no se detienen, al contrario, avanzan, crecen, mutan y caminan por sus calles con la vista en el futuro. Construyendo una metrópoli bella sobre la historia de sangre y violencia que un día los acosó.





martes, 11 de marzo de 2008

Crónica de un día recuperado





Cuando estoy en un país extranjero mi primer impulso es querer explorar todo, hablar con todas las personas, conocerlo, respirarlo, hacerlo mío. Cuando llegamos a Caracas, después de haber dormido menos de 4 horas y con mucho trabajo que hacer sentía que mi primer impulso estaba coartado. Sólo quería pasear, conocer personas y los rincones de la ciudad. En cambio sentía que estaba a punto de encerrarme en un montón de tareas interminables que me impedirían cumplir con mis antojos.

Protestando para mis adentros, puse manos a la obra. Tenía yo que trabajar en una imprenta, lo cual si me daba curiosidad, ya que podría ver más de cerca el proceso por el cual se escriben los libros. Hice unos volantes donde invitaba a las personas a ser parte de una imprenta virtual. Esto se me ocurrió mientras pensaba en lo que había significado la imprenta para aquellos escritores caraqueños cuando llegó acá en 1808. Para mí, lo que trajo la imprenta fue la posibilidad de dar difusión a tus ideas, no sólo frente a quienes estaban cerca, sino de transportarlas lejos y transmitírselas a un público más amplio. Yo quise hacer algo similar, por lo que le proponía a las personas que así lo desearan que aquellos textos que escribieran serían publicados en este blog para que su voz saliera a la luz pública, y quienes los leyeran supieran qué era lo que las personas en Caracas pensaban.

Empecé a caminar, buscando grupos de chavos que les pudiera interesar compartir sus ideas conmigo. Platicaba con ellos mientras escribía, y fue así como poco a poco empecé a conocer Caracas a través de la boca de su gente.

En especial conocía a dos chicas que me impresionaron mucho, una de ellas estudiaba cine, mientras que la otra, teatro. Trabajaban en un Call Center para pagar sus estudios, lo cual era un sacrificio grande para ellas, pero podía ver cómo, por su pasión este sacrificio valía la pena. Ellas me hablaron del impulso que estaba teniendo el arte en Venezuela, los apoyos para que poco a poco se crearan diferentes obras de calidad. Y me llevaron al jardín de Bellas Artes para que yo fuera también testigo de este surgimiento.

Las palabras iban y venían, igual hablábamos de política como de música; o de libros y de cómo las mujeres en esta ciudad cuidan mucho su arreglo personal. Me hablaron de las reformas laborales, y de los problemas que había en la universidad central de Caracas. Me presentaron amigos suyos, ellos eran artistas visuales. Todos escribieron para mis volantes, con ansia de ser leídos. Poco a poco, a través de la conversación me di cuenta de cómo para conocer una ciudad no se necesita caminar por todos sus rincones, sino poder verlos a través de los ojos de sus habitantes.

Gracias niñas por enseñarme su ciudad.

lunes, 3 de marzo de 2008

Escritora: Ariette Armella


A veces resulta difícil clasificarnos. Para describirse, uno necesita ponerse etiquetas, categorías que lo marcan y de cierta manera le imponen límites. Responder la pregunta de quienes somos brevemente es terriblemente difícil, pero si tuviera que escoger una palabra diría que soy un Loquesea como Gonzo el de los Muppets. No quiero comprometerme con ningún término por el momento: yo soy escritora e internacionalista, soy fotógrafa y cazadora, soy mujer, soy trabajadora, soy inquieta y apasionada, soy mexicana, soy ciudadana del mundo, soy joven. ¿Cuál de todos es el término correcto para definirme?

Tal vez debería recurrir a lo que me gusta pero la lista también es muy amplia: amo la música, me encanta reír, las discusiones largas e interminables acompañadas de café o una copa de vino tinto, me gusta verme reflejada en las miradas de otros. Me gusta conocer personas, estar callada e interrogarlas. Disfruto aprender