miércoles, 7 de mayo de 2008

Nuestra capacidad de sorprendernos.

Regresando a la ciudad aprendí una cosa: cada vez me vuelvo más miope. Esto no tiene nada que ver con mi vista, de hecho gracias a la cirugía láser ahora mis ojos cuentan con una visión 20/20 y debería ver cada vez más. Pero he perdido la capacidad de observar.

A ciencia cierta no sé a qué se deba esto. Aún así tengo varias hipótesis.

La costumbre es un gran impedimento para poder ver. Cuando uno se habitúa a pasar frente al mismo escenario una y otra vez, deja de ponerle atención. Hay veces que ya no quiero ver porque “ya me lo se de memoria” y probablemente me esté perdiendo de cientos de detalles que cambian en el día a día.

Otros momentos tenemos demasiada prisa para detenernos a observar. Siempre estamos viviendo en el futuro. Necesitamos correr de un lado a otro para llegar a tiempo, para lograr nuestras metas, para dar el siguiente paso. Vivo tan acelerada que pocas veces me detengo a ver la vida por un momento. Parece que me he convencido de que hay demasiadas cosas que hacer para descubrir lo que está sucediendo. Entonces, ¿cómo voy a aprender de lo que me rodea o de quien me rodea?

Otra idea es que me esté haciendo vieja y que en la medida en la que pasan los años, creo que sé todo lo que necesito del mundo y no requiero conocer nada más. Esta soberbia, que en alguna medida todos tenemos, va matando mi curiosidad poco a poco.

Realmente no sé a qué se deba, pero usualmente dejamos de poner atención a nuestro entorno. El regresar al D.F. me sirvió para recordarlo y volver a abrir los ojos. Caminé otra vez por sus calles y descubrí tantas cosas que daba por sentadas. Tal vez sean las comparaciones, o que extrañaba mi ciudad, pero si, ahora le encuentro un nuevo brillo en los ojos y la siento sonreírme cuando la veo de frente y en silencio.

jueves, 1 de mayo de 2008

Ver la ciudad con otros ojos...

Caminaba por las calles de la ciudad de México y la veía de una forma totalmente diferente. En esta ocasión no es porque llevara mucho tiempo fuera de la ciudad y pudiera reconocer en ella todos esos cambios sutiles que de otra forma se vuelven imperceptibles. Tampoco es el gusto que tenía por regresar y ver a mi gente o las mis lugares favoritos. En estos momentos estaba emocionada porque mis pasos me dirigían hacia terrenos desconocidos y mis ojos aprendían a ver todos aquellos esos detalles que antes obviaban.

En estos días de calor, cuando la ciudad está tranquila, yo iniciaba una nueva expedición: iba a la caza de los graffitis que la adornan. Paso tras paso, iba con mi cámara en la mano sin rumbo fijo, sólo siguiendo los rastros de la pintura. Al principio fue difícil. Recorría calles en las que ya había estado y no encontraba nada nuevo. Me costó aprender a buscar otras cosas, a asombrarme de lo familiar, a no ver lo mismo. Pero poco a poco el esfuerzo fue dando resultado: descubría entre las paredes algo más que las texturas, empecé a observar los gritos de personas que normalmente no escuchamos.

Letras gigantes, tags, pinturas fuera de lo convencional que pueblan la imaginación de varios cientos de jóvenes y se encuentran plasmados en nuestras paredes. A veces parece que no dice nada, que sólo son rayones o ganas de molestar a los dueños de esos muros desnudos. Pero al ritmo de mis pasos mi entendimiento aumentaba. Tantas horas invertidas, dinero, latas de pintura gastadas significan mucho más que líneas, es la obra de arte de cientos de artistas que ven a la ciudad como su gran estudio. Y como piezas de arte que son, éstas tienen una intención de comunicar, criticar, compartir, mostrarlos como son.

Claro, no todos los graffiti son arte y no todos tienen las mismas intenciones. Es por esto que en Venezuela existe un graffitero llamado el “Pollo” y parte de su trabajo consiste en la evaluación de pintas por todo el país. Cuando encuentra algunos huecos, sin contenido o carentes de técnica los censura con la cinta amarilla de ¡PRECAUCIÓN!

Tal vez esa sea la solución al graffiti molesto, instaurar un control de calidad que permita que los artistas crezcan y se superen. Y por supuesto, dejar espacios abiertos, para que exista más graffiti legal.

martes, 15 de abril de 2008

Fotografías de una Ciudad Habitada.

Santiago, Chile

Miro hacia el horizonte en Santiago por primera vez, mi mirada va recorriendo sus anchas calles, el río que la cruza a la mitad, varios edificios y construcciones, todo es parte del escenario normal de una gran ciudad. Levantó la vista un poco más hacia sus confines y sonrío sorprendida. Tras toda esa escenografía citadina encuentro un cuadro en pasteles donde se ven unas montañas y un cielo azul plomo. Este imponente fondo se encuentra escondido tras una cortina de tul que le hace perder todo volumen y realidad. La ciudad está rodeada de pinturas, de fantasías que exaltan la fantasía de cualquiera. ¿Qué pasaría si caminara hacia allá? ¿Cruzaría esa cortina sólo para descubrir que ahora es la urbe la que pertenece al cuadro? O tal vez ¿me volvería parte de la pintura y dejaría atrás el mundo real?

Camino un momento por las calles de Santiago, bajo al subterráneo y en lo que llega mi tren comienzo a mirar los carteles. Me llama la atención uno que dice “Santiago en 100 palabras”. Me acercó más, al leerlo me doy cuenta que es una pequeña crónica de la vida cotidiana. El gobierno invita a la gente a apropiarse de la ciudad mediante breves escritos de lo que significa vivir en ella. Estos escritos son puestos a concurso y son publicados en carteles por todas partes. Me gustó mucho esta iniciativa, ya que permite ver la ciudad de otra manera. Es como tomar una lupa y escudriñar entre el bullicio, callar las voces y escuchar una sola. Significa poder entrar en una de las pequeñas historias que construyen la vida.

El jardín de Bellas Artes es un lugar lleno de vida. Mientras uno lo va recorriendo puede ver gente realizando todo tipo de manifestaciones en la calle. Se encuentran pintores, músicos, exhibiciones de arte marcial conviviendo con performances a pocos metros de distancia. Es un sitio que, como su nombre lo indica, favorece todo tipo de manifestaciones artísticas. El arte vivo camina por el parque y poco a poco lo desborda: no puede quedar contenido, entonces sale al exterior a buscar nuevos escenarios, nuevos públicos y más voces que se les unan. La población se apropia de espacios poco a poco y estas muestras artísticas inundan el centro, o algún otro jardín que se encuentre distraído. Me gusta cómo mientras recorro la ciudad, voy descubriendo hombres orquesta, escritores con poemas en mano, pintores, cantantes y hasta jugadores de fútbol apropiándose de ella, viviéndola, invadiendo sus rincones hasta hacerla más suya que antes.

Los cementerios son lugares que me llaman mucho la atención. Por medio de ellos se puede aprender mucho de la historia de alguna ciudad, de las tradiciones de las personas y hasta de la vida de aquellos que yacen durmientes bajo las lápidas. Recorrí el cementerio general de Santiago callada, con los ojos y oídos abiertos, tratando de evitar que mis propios pensamientos me alejaran de voces más sutiles. Caminé entre los pasillos sin estar segura de lo que iba a encontrar. Mis pasos me llevaron sin saberlo hacia una pared muy grande, toda compuesta por nichos vacíos. Sólo algunos pocos a la derecha ostentaban fotos y flores en memoria de aquellos que ya no están. Busco con la mirada algún indicativo de dónde estoy, pero las criptas no dicen nada. Cuando levanto la mirada un poco más, descubro el título de este homenaje: DETENIDOS DESAPARECIDOS. Un escalofrío recorre mi espalda. Tantos espacios, tanta incertidumbre. Me quedo parada frente al monumento un rato. No tengo palabras. Cuando por fin encuentro fuerzas para moverme y caminar, sigo por un pasillo que en pocos segundos me lleva a un monumento aún más impresionante. Una pared de mármol blanco tallada con cientos de nombres de los muertos por la dictadura. En el centro Salvador Allende rodeado por filas interminables de nombres a diestra y siniestra. Mientras mi mirada recorría aquellas inscripciones escuchaba sus voces gritando todavía, algunos eran gritos de guerra, otros exclamando sus ideales, varios más pidiendo misericordia. Me encontraba nerviosa ante sus declaraciones, ya las conocía de antes, pero nunca las había escuchado así, resonando tan fuerte y claro a través de las tumbas.

El miedo heredado.

Santiago, Chile

Me encontraba de pie frente a la Palacio de la Moneda en Santiago de Chile sin poder pronunciar palabra. Miraba el edificio, la bandera de Chile ondeando al frente, los policías vigilando, mientras imaginaba cómo es que palacio lucía después del ataque sufrido el 11 de Septiembre de 1973.

Ese día cambió la vida de muchas personas en el país. Salvador Allende se suicidó y la junta militar tomó el poder, lo que a la larga llevaría a la dictadura de Pinochet. En ése momento, mientras se destruían las paredes del palacio, se rompería la cotidianeidad que las personas conocían. Se aproximaban tiempos de toque de queda, problemas laborales, espionaje y restricción a la opinión. Años que causarían heridas graves en la población chilena, algunas de las cuales persisten hasta ahora.

Todavía hoy se nota la huella de la dictadura en sus habitantes. Se nota en la vida de la ciudad rígida, estructurada, limpia, aunque un poco fría. Hablo con algunas personas de la vida en Santiago; me llama la atención que hasta para hablar de música, la dictadura se convierte en un parte aguas.

Antes de llegar a Chile conocía la historia, lo atroz que fue la dictadura. Seguí con interés el caso del juicio contra Pinochet y sabía la cantidad de desaparecidos que existieron durante su dictadura. Pero nunca imaginé que su sombra se desprendiera hasta hoy, con personas de mi edad, que teníamos escasos 7 años cuando ese gobierno terminó. Ahora lo entiendo.

Cientos de ellos tuvieron algún familiar desaparecido durante dicho lapso y esa angustia carcome por años. No creo que ninguna madre pueda dormir en paz sin saber realmente si su hijo fue muerto, cómo, y poderle dar sepultura. Esa ansiedad, ahora convertida en resignación y melancolía, pesa en las miradas, en los pasos y las relaciones de hoy día en este país. Pesan los recuerdos de las horas del toque de queda, de los registros de casa en casa buscando propaganda sediciosa.

Nuestra generación no vivió esto de primera mano. Ellos no conocieron los efectos de la mano dura de Pinochet hasta que fueron mayores. La dictadura fue lo primero y único que conocían hasta que ésta cayó y descubrieron que aquel presidente al que les habían enseñado a honrar también tenía mucho de qué avergonzarse.

Nuestra generación de pequeña conoció el desencanto. Aprendió a no idealizar a las personas, supo desde entonces que todos pueden caer.

viernes, 4 de abril de 2008

Como hace doscientos años

Sucre, Bolivia

Caminé por las calles de Sucre. Durante días algunos vagué entre sus paredes blancas y sus tejados cobrizos. Escuché su radio, comí su comida y bailé su música. Quise absorberla en cada paso, con cada mirada. Recuerdo sus sonidos, los gritos del mercado donde el español se fundía con otras lenguas, volviéndose un nuevo idioma con una nueva cadencia y un acento muy particular.

Quise hacer mía esta ciudad, ya que conforme la caminaba cada esquina me representaba una sorpresa. No importaba que fuera muy pequeña, tranquila, lejana y aparentemente insignificante, porque cuando uno esta dentro escucha ecos de la historia que lo envuelven, encuentra las sombras caminando por la pared y los movimientos de tiempos olvidados vuelven a recordarse. Fue ésta pequeña ciudad la cuna de las independencias de América. Entre sus paredes las campanas tañeron y sus voces alcanzaron todos los rincones del continente.

Fueron las personas de Charcas (su nombre en ese momento) quienes lanzaron los primeros gritos de independencia, combatieron el mal gobierno y salieron a las calles para luchar en pro de aquello de lo que estaban convencidos: obtener nuestra independencia.

En otros lugares resulta difícil imaginarse cómo fueron los próceres de la patria, pero en Chuquisaca (nombre originario de la ciudad) esto no me fue difícil. Las personas siguen siendo aguerridas, son luchadores, viven a la altura de los padres cuyos pasos resonaron alguna vez en las mismas baldosas que chocan hoy contra sus pies. Todo esto porque aún hoy vive una gran batalla, pelea contra un gobierno con el que muchos no están de acuerdo, luchan por recuperar la capitanía plena a su espacio, por obtener una merecida autonomía.

Combaten ahora como lo hicieron muchos años antes, a través de las universidades y sus estudiantes, a través de la gente común. Su pelea es con aquello que tienen a la mano, pintas en la calle, marchas, reuniones. No importa el medio, las voces circulan y poco a poco el pensamiento pasa a la acción. El espíritu de lucha se siente todavía después de tanto tiempo. Las palabras “autonomía, reconocimiento, dignidad” se escuchan y poco a poco se acercan una vez más para que las campanas vuelvan a repicar pidiendo unión y libertad, dando eco al pueblo como lo hicieron hace tiempo.

Me pregunto si esta vez el movimiento volverá a cimbrar los cimientos de nuestras ciudades, como lo hizo ya una vez, hace doscientos años.

martes, 1 de abril de 2008

La Torre Eiffel en Sucre.

Por Alejandra y Ariette

Procesión de Viernes Santo.

Las minas de Potosí.

Bolivia

Una de las experiencias más fuertes que hemos tenido hasta ahora en Bolivia es ir a visitar las minas de Potosí, en la provincia del mismo nombre. Creo que fue particularmente importante para mí, ya que pude ser testigo de los sacrificios que se requieren para obtener minerales supuestamente valiosos. Esto me hace cuestionar ¿qué es lo que realmente le da el valor a estos metales? ¿Será por una convención que se decidió que estos metales valían mucho o que como brillan se deben utilizar para hacer joyería y dinero? ¿O es que hay cosas que realmente tengan valor intrínseco, fuera de la intervención del raciocinio humano?

Tal vez todos los sacrificios que se realizan para extraer estos metales son los que le deberían dar su verdadera cuantía.

Es emocionante ponerse el traje y las botas de minero, finalmente te estas disfrazando para vivir una nueva aventura. Entras a la excavación y el ambiente es húmedo y polvoso, los túneles son muy bajos, lo que te obliga a agacharte (a costa de la salud de la espalda), además que es muy fácil golpearse la cabeza.

Después de estar un rato bajo tierra, en completa oscuridad, empecé a desesperarme. Este tipo de experiencia me hizo cuestionarme cómo sería una vida ahí metida, trabajando en esas condiciones con falta de aire, de luz, de espacio, durante un promedio de 12 horas. ¿Vale la pena? Todo bajo la incertidumbre de encontrar algo de valor. O no.

Estaba a punto de salir cuando entraron unos niños al yacimiento. Viven a la puerta. Están acostumbrados a esta oscuridad, a la humedad, corren en los pasadizos de piedra, ya conocen los huecos en los que pueden caerse. Estos laberintos son su patio de recreo, sin importar los riesgos, las minas son su juguete. Para ellos esto es normal, no han conocido otra cosa, no han salido nunca de Potosí y rara vez se alejan de este espacio.

Oportunidades perdidas pienso yo. La situación me entristece; para ellos esta realidad es su vida. Las miradas divergen y los caminos no coinciden.

Estas vetas están casi agotadas, es difícil seguir extrayendo de ellas, por eso se las vendieron a los mineros. No quiero presentar juicios, porque no poseo respuestas, pero la mina es celosa, no permite que te alejes mucho. Si quieres obtener algo de ella necesitas atenderla, cuidarla, prestarle atención, recorrer muchos de sus caminos, y cual amante distante, tal vez te conceda de vez en cuando resultados, algún aliciente para mantenerte atado y regreses otra vez.

miércoles, 26 de marzo de 2008

¿Hacia dónde iban los héroes?

Cuando pienso en los guerreros de la Independencia, en cómo es que debían de haber sido para poder luchar en esas batallas y conquistar cosas tan grandes como las que hicieron, siento una gran admiración por todo aquello que dejaron atrás para alcanzar sus objetivos. Creo que esto se debe en parte a una constante lucha por conseguir la congruencia en su vida, entre lo que pensaban y lo que hacían, para finalmente mantener dicha coherencia en todos los ámbitos de su vida.

He aprendido que esta es una de las cualidades que hacen grande a Simón Bolívar y que no importa si hablamos de su lucha por crear la gran Colombia o su romance con Manuelita Sáenz, una mujer a la que admiraba tremendamente y que luchó a su lado: esta batalla personal se encuentra presente. Sus compromisos consigo mismo lo llevaron a pelear sin importar cuál fuera el precio por lograr lo que él consideraba mejor para su patria y creo que ésta es una lección muy importante de la independencia para nuestra vida diaria.

A veces vemos a los héroes de la historia como seres lejanos, perfectos, fríos y calculadores. Cuesta trabajo imaginar a quienes ganaron grandes batallas y libraron a pueblos enteros de la opresión como personas comunes y corrientes, que dudaron, tuvieron miedo y probablemente pensaron más de una vez en renunciar y regresar hacia vidas más apacibles y discretas. Pero, ¿por qué no lo hicieron? En mi opinión tenían un claro compromiso consigo mismos: vivir acorde con su manera de pensar, siendo éste mucho más importante que seguir una existencia cómoda y plácida. A veces creo que les hubiera sido imposible tener una rutina desahogada y descansar en paz dejando de lado sus ideales. Supongo que la inquietud de no estar cumpliendo este pacto para con ellos les hubiera quitado el sueño, además de demeritar la belleza de una vida holgada. De esta forma, la búsqueda de congruencia se volvió el combustible que necesitaban para mantener la lucha por sus ideales más allá del cansancio, el deseo o la comodidad.

Pocas veces había reparado en esto tanto como ahora. En la vida siempre encontraremos rutas alternas que nos pueden llevar a pasar un buen rato, sólo hay que considerar si estas pequeñas desviaciones nos llevan realmente hacia donde queremos llegar. Tal vez, si tomamos este atajo podamos divertirnos mucho pero, ¿nos está acercando al camino por el cual queremos caminar? La respuesta es compleja, todavía no me la puedo responder, pero considero importante que antes de decidir de forma impulsiva, tomemos un minuto para analizar si esta determinación nos acerca hacia donde queremos llegar - o no.

La Vida por la Mitad.

El eje del Ecuador es una línea imaginaria que divide a la tierra en dos realidades diferentes. Muchos han llamado la atención acerca de que aquello que parecía una división geográfica arbitraria, no lo es. Es en este punto donde la estación cambia de nombre por su antípoda: la primavera se convierte en otoño, el invierno en verano. Y es donde se dice terminar el lado económicamente más rico de la tierra para dejar paso a la mitad pobre. Tal vez sea culpa de esta división que el destino de la capital estuviera marcada por la oposición de dualidades.

Esta es una ciudad que todavía no comprendo bien. He estado dando vueltas en mi cabeza tratando de definir lo que es Quito para mí, pero me ha resultado imposible al convertirse en un enfrentamiento de pares. Estas divisiones se notan desde el clima, donde el sol y la lluvia pelean constantemente con triunfos que duran de 5 a 15 minutos, antes de volver a combatir por el dominio de la ciudad durante el próximo lapso temporal.

Por otra parte, existe una fuerte confrontación entre las zonas norte y sur de la propia ciudad. Dado que la región septentrional fue la que tuvo mayor crecimiento económico en algún momento, el sur empezó a alimentar una fuerte rivalidad al quedar en desventaja económica de manera muy notable.

Pero más que esta división tradicional dentro de la ciudad, la separación existe entre la tradición y la modernidad. Desde el primer día que llegamos empecé a observar cómo había partes de la ciudad que eran sumamente contrastantes al resto. Estas zonas estaban llenas de sitios prefabricados, luces de neón, paredes falsas y música pop. Es un paisaje conocido, y hasta le da a uno alegría observar que existen lugares así en todo el mundo. Pero conforme se adentra en la ciudad, uno empieza a dar cuenta de que este espacio es una imposición absurda que no tiene nada que ver con la población. Tuve oportunidad de conocer a muchos grupos de quiteños diferentes: estudiantes universitarios, músicos, vendedores y gente que llevaba muchos años viviendo en Quito.

En mi estancia fui testigo de cómo un pueblo salía a peregrinar en Domingo de Ramos a través de un centro colonial, gente que vive en zonas que me recuerdan más a un paisaje estadounidense que a cualquiera de las ciudades latinoamericanas que conozco. Tal vez son estas áreas genéricas y prefabricadas las que me generan dichos sentimientos. Se busca que sean símbolos del avance y modernidad de la ciudad, pero hay veces que en lugar de darle características definidas, le restan personalidad alejándola de los que la habitan.

Dicha falta de congruencia en el paisaje generó en mí sentimientos encontrados acerca de la ciudad: me gustó mucho su espíritu, pero físicamente no refleja su identidad.

jueves, 20 de marzo de 2008

Quito, Ciudad de Rituales.

Quito me ha sorprendido de muchas maneras. Mientras viajaba en el avión rumbo a la ciudad trataba de imaginarme cómo sería y no lo lograba. Estaba expectante e inquieta, sentimientos que me mantuvieron despierta en el avión armando diferentes escenarios de lo que, según yo, sería este lugar.

Pero desde que bajamos del avión mi perspectiva cambió completamente. La ciudad era más grande de lo que pensaba. Aunque hay grandes edificios, muchos coches y un metrobús que les funciona bastante bien, Quito se parece más a un viejo que a una persona joven. Es tranquila, lenta, más motivada por las experiencias que por una gran energía de cambio y movimiento. A pesar de haberme encontrado con jóvenes de diferentes partes de la ciudad, esta impresión prevalece: aquí la edad pesa más que el arrojo y es ésta la que dicta cómo se vive.

Con esta sensación a mi lado, empecé a explorar la ciudad. Su centro histórico es hermoso y se encuentra muy bien conservado. Es habitado por cientos de leyendas, desde aquellas que cuentan la regeneración de un padre al que le gustaba mucho la fiesta, hasta algunas que aseguran la existencia de duendes que habitan dentro del volcán Pululagua.

Esto ha hecho que mi imaginación viaje, inquieta, de un lugar a otro, recorriendo los rincones de Quito. Me sorprendió mucho ver que estas leyendas influyen fuertemente en la vida de los jóvenes. Por ejemplo, conocí a un chico metalero, de aspecto rudo, vestido todo de negro, que usaba varios escapularios alrededor del cuello para protegerse de los duendes del Pululagua.Los rituales afectan la vida diaria de las personas, les dan forma y un significado diferente al que tiene en la ciudad de México, una sociedad más individualista y acelerada. Tuve la fortuna de llegar el domingo de Ramos a Quito y fui invitada a participar en la peregrinación para conmemorar este día. Nos reunimos frente a la Basílica del Voto Nacional a las 8:30 de la mañana para iniciar el recorrido hacia la Iglesia de San Francisco. Íbamos encabezados por un Jesús montado en un borrico, algunos sacerdotes y después muchas personas que cargaban ramos, cantaban y rezaban. Encontré gente de todas las edades, lo que más me sorprendió es que hubiera jóvenes en la procesión, yo no esperaba ver personas de mi edad involucradas, pero ahí estaban también, y se unían a los rezos participando activamente en el recorrido.

Conforme avanzamos quedé envuelta entre la multitud. Los cánticos, creaban una atmósfera muy especial, desde donde me encontraba no existía nada más que esas personas, esas oraciones y las palmas que de vez en cuando me rozaban la cara. Hasta el momento, sólo de pensarlo, se me enchina la piel de la emoción. Me sentí profundamente impactada por la religiosidad de las personas y por la fe que depositaban en esta peregrinación para agradar a Dios. Fue sumamente conmovedor estar ahí y poder compartir esta esperanza con los habitantes de Quito.

Pero esta experiencia no es exclusiva de los eventos religiosos, se extiende a diferentes ámbitos de la vida. En el área militar/gubernamental los rituales siguen vigentes, como muestras de poder. El lunes pasado, que grabábamos en la plaza mayor de la ciudad, fuimos interrumpidos por el cambio de guardia de la escolta presidencial. Esta ceremonia ocurre todos los lunes, aún así sigue convocando a muchas personas a presenciar cómo en medio de tambores y trompetas, la nueva custodia jura proteger al presidente Correa y da una vuelta por la plaza central. Siguen asistiendo para ser testigos de este acontecimiento.

Lo que viví me confirma cómo esta gente adopta estos rituales como parte de su vida diaria, les dan cierta tranquilidad y certeza de que el mundo marcha bien, de que todo seguirá como hasta ahora. Me agrada cómo Quito encuentra el mismo consuelo en las costumbres antiguas, como lo hacen las personas mayores en su cotidianidad. Siempre comer a la misma hora da una certeza de cómo es la vida, no habrá sorpresas, y a esta ciudad le gusta tener el control de su rumbo, que no existan sobresaltos, tal cual si tuviera 80 años y toda una vida de experiencia respaldándola.





Bogotá, Ciudad de Guerreros.

Bogotá me pareció una ciudad hermosa. Tenía grandes expectativas sobre ella, pues había escuchado muchas cosas, tanto buenas como malas, como de cualquier gran urbe. Estaba emocionada por conocerla y lo que me depararía el destino en ella. Antes de llegar, un amigo me dijo que el mayor peligro al conocerla era no querer dejarla, y creo que esta frase describe bastante bien el sentimiento que produce estar en Bogotá.

Mi primera impresión fue lo cuidada que está. El largo trayecto que cruza del aeropuerto al centro muestra sobresalientes aspectos de este sitio. Uno recorre la zona habitacional del norte, que es conocida por ser bonita y tranquila, cercana a varias de las zonas rosas (o barrios donde uno puede salir ya sea a cenar o de rumba). Después el Centro Internacional, lleno de oficinas y grandes edificios, para finalmente entrar a la Candelaria que es conocida por ser sede del barrio bohemio de la ciudad. Este barrio sería nuestro hogar durante los cinco días que pasaríamos ahí.

La personalidad de Bogotá es muy particular. Me parece que se caracteriza por ser muy joven en sus ánimos y en su estilo de vida. Para describirla se necesitan términos como “dinámica”, “colorida”, “contrastante”, “en evolución constante”, “viva”, pues su ritmo no se detiene. Me sorprendió mucho esto, pues al caminar por sus calles uno no puede evitar ver los numerosos recordatorios de tragedias que han matizado la historia de esta urbe. Tal vez una de las marcas que más me sorprendió fue una placa conmemorativa del asesinato de Rafael Uribe, muerto a hachazos en el centro de la ciudad. Pero en realidad, historias como ésta hay muchas. Bogotá no puede negar que tiene una historia de violencia contra la cual ha luchado y parece que va ganando.

Va ganando una batalla al ir recuperando las zonas que se consideraban perdidas. Barrios conocidos como hogar de delincuentes se han vuelto a tomar y muchos de los indigentes que poblaban las calles han encontrado empleos gracias a un programa gubernamental conocido como Misión Bogotá. Pero no son sólo las instituciones las que han participado en esta recuperación. Si no fuera por las personas que la habitan y la nutren con su energía, no importarían todos los planes que el gobierno tuviera para ellos, la ciudad no caminaría.

Son las personas las que día a día se levantan y ven la ciudad con nuevos ojos. Quienes al circular por ella le dan vida y quienes finalmente la han rejuvenecido poco a poco. Son los que estudian ahí, son las personas que asisten a los festivales de teatro y espectáculos en la calle, es la gente que toma sus cafés y lee quienes mantienen el calor de una metrópoli que podría ser muy fría.

Al hablar con las personas puede percibirse la alegría de estar vivo. Tal vez cuando uno vive bajo constante amenaza puede disfrutar mucho más los períodos de tranquilidad y las oportunidades de relajarse.

Bogotá me cautivó no sólo por su colorido, sino por su gran variedad de manifestaciones artísticas, no son sólo los grandes festivales de teatro, como del que nos tocó ser testigos, sino aquellas transmitidas por medio del grafiti, de los jóvenes, de la música. Siempre hay exposiciones de arte abiertas, varios de los museos son gratuitos y uno ve cómo los chavos entran libremente a observar lo que en ellas se muestra. Alguna vez esta ciudad ostentó el título de “la Atenas de América” y creo que poco a poco se acerca más a recuperarlo y volver a ser reconocida como tal.

Llamo a Bogotá una ciudad de guerreros, pues día a día sus habitantes la han construido y la han hecho más habitable. Aunque todavía no se ha llegado a una solución definitiva, la tranquilidad y la seguridad empiezan a llegar. Por medio de sus especialidades se siente cómo las personas se han apropiado de ella y la han hecho un entorno más acogedor, le han ganado espacio a los vacíos urbanos y han recuperado los lugares de convivencia. Los llamo guerreros, pues a pesar de todas las cicatrices que ostenta la urbe, no dan muestras de cansancio, no se detienen, al contrario, avanzan, crecen, mutan y caminan por sus calles con la vista en el futuro. Construyendo una metrópoli bella sobre la historia de sangre y violencia que un día los acosó.





martes, 11 de marzo de 2008

Crónica de un día recuperado





Cuando estoy en un país extranjero mi primer impulso es querer explorar todo, hablar con todas las personas, conocerlo, respirarlo, hacerlo mío. Cuando llegamos a Caracas, después de haber dormido menos de 4 horas y con mucho trabajo que hacer sentía que mi primer impulso estaba coartado. Sólo quería pasear, conocer personas y los rincones de la ciudad. En cambio sentía que estaba a punto de encerrarme en un montón de tareas interminables que me impedirían cumplir con mis antojos.

Protestando para mis adentros, puse manos a la obra. Tenía yo que trabajar en una imprenta, lo cual si me daba curiosidad, ya que podría ver más de cerca el proceso por el cual se escriben los libros. Hice unos volantes donde invitaba a las personas a ser parte de una imprenta virtual. Esto se me ocurrió mientras pensaba en lo que había significado la imprenta para aquellos escritores caraqueños cuando llegó acá en 1808. Para mí, lo que trajo la imprenta fue la posibilidad de dar difusión a tus ideas, no sólo frente a quienes estaban cerca, sino de transportarlas lejos y transmitírselas a un público más amplio. Yo quise hacer algo similar, por lo que le proponía a las personas que así lo desearan que aquellos textos que escribieran serían publicados en este blog para que su voz saliera a la luz pública, y quienes los leyeran supieran qué era lo que las personas en Caracas pensaban.

Empecé a caminar, buscando grupos de chavos que les pudiera interesar compartir sus ideas conmigo. Platicaba con ellos mientras escribía, y fue así como poco a poco empecé a conocer Caracas a través de la boca de su gente.

En especial conocía a dos chicas que me impresionaron mucho, una de ellas estudiaba cine, mientras que la otra, teatro. Trabajaban en un Call Center para pagar sus estudios, lo cual era un sacrificio grande para ellas, pero podía ver cómo, por su pasión este sacrificio valía la pena. Ellas me hablaron del impulso que estaba teniendo el arte en Venezuela, los apoyos para que poco a poco se crearan diferentes obras de calidad. Y me llevaron al jardín de Bellas Artes para que yo fuera también testigo de este surgimiento.

Las palabras iban y venían, igual hablábamos de política como de música; o de libros y de cómo las mujeres en esta ciudad cuidan mucho su arreglo personal. Me hablaron de las reformas laborales, y de los problemas que había en la universidad central de Caracas. Me presentaron amigos suyos, ellos eran artistas visuales. Todos escribieron para mis volantes, con ansia de ser leídos. Poco a poco, a través de la conversación me di cuenta de cómo para conocer una ciudad no se necesita caminar por todos sus rincones, sino poder verlos a través de los ojos de sus habitantes.

Gracias niñas por enseñarme su ciudad.

lunes, 3 de marzo de 2008

Escritora: Ariette Armella


A veces resulta difícil clasificarnos. Para describirse, uno necesita ponerse etiquetas, categorías que lo marcan y de cierta manera le imponen límites. Responder la pregunta de quienes somos brevemente es terriblemente difícil, pero si tuviera que escoger una palabra diría que soy un Loquesea como Gonzo el de los Muppets. No quiero comprometerme con ningún término por el momento: yo soy escritora e internacionalista, soy fotógrafa y cazadora, soy mujer, soy trabajadora, soy inquieta y apasionada, soy mexicana, soy ciudadana del mundo, soy joven. ¿Cuál de todos es el término correcto para definirme?

Tal vez debería recurrir a lo que me gusta pero la lista también es muy amplia: amo la música, me encanta reír, las discusiones largas e interminables acompañadas de café o una copa de vino tinto, me gusta verme reflejada en las miradas de otros. Me gusta conocer personas, estar callada e interrogarlas. Disfruto aprender