miércoles, 26 de marzo de 2008

La Vida por la Mitad.

El eje del Ecuador es una línea imaginaria que divide a la tierra en dos realidades diferentes. Muchos han llamado la atención acerca de que aquello que parecía una división geográfica arbitraria, no lo es. Es en este punto donde la estación cambia de nombre por su antípoda: la primavera se convierte en otoño, el invierno en verano. Y es donde se dice terminar el lado económicamente más rico de la tierra para dejar paso a la mitad pobre. Tal vez sea culpa de esta división que el destino de la capital estuviera marcada por la oposición de dualidades.

Esta es una ciudad que todavía no comprendo bien. He estado dando vueltas en mi cabeza tratando de definir lo que es Quito para mí, pero me ha resultado imposible al convertirse en un enfrentamiento de pares. Estas divisiones se notan desde el clima, donde el sol y la lluvia pelean constantemente con triunfos que duran de 5 a 15 minutos, antes de volver a combatir por el dominio de la ciudad durante el próximo lapso temporal.

Por otra parte, existe una fuerte confrontación entre las zonas norte y sur de la propia ciudad. Dado que la región septentrional fue la que tuvo mayor crecimiento económico en algún momento, el sur empezó a alimentar una fuerte rivalidad al quedar en desventaja económica de manera muy notable.

Pero más que esta división tradicional dentro de la ciudad, la separación existe entre la tradición y la modernidad. Desde el primer día que llegamos empecé a observar cómo había partes de la ciudad que eran sumamente contrastantes al resto. Estas zonas estaban llenas de sitios prefabricados, luces de neón, paredes falsas y música pop. Es un paisaje conocido, y hasta le da a uno alegría observar que existen lugares así en todo el mundo. Pero conforme se adentra en la ciudad, uno empieza a dar cuenta de que este espacio es una imposición absurda que no tiene nada que ver con la población. Tuve oportunidad de conocer a muchos grupos de quiteños diferentes: estudiantes universitarios, músicos, vendedores y gente que llevaba muchos años viviendo en Quito.

En mi estancia fui testigo de cómo un pueblo salía a peregrinar en Domingo de Ramos a través de un centro colonial, gente que vive en zonas que me recuerdan más a un paisaje estadounidense que a cualquiera de las ciudades latinoamericanas que conozco. Tal vez son estas áreas genéricas y prefabricadas las que me generan dichos sentimientos. Se busca que sean símbolos del avance y modernidad de la ciudad, pero hay veces que en lugar de darle características definidas, le restan personalidad alejándola de los que la habitan.

Dicha falta de congruencia en el paisaje generó en mí sentimientos encontrados acerca de la ciudad: me gustó mucho su espíritu, pero físicamente no refleja su identidad.

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