jueves, 20 de marzo de 2008

Quito, Ciudad de Rituales.

Quito me ha sorprendido de muchas maneras. Mientras viajaba en el avión rumbo a la ciudad trataba de imaginarme cómo sería y no lo lograba. Estaba expectante e inquieta, sentimientos que me mantuvieron despierta en el avión armando diferentes escenarios de lo que, según yo, sería este lugar.

Pero desde que bajamos del avión mi perspectiva cambió completamente. La ciudad era más grande de lo que pensaba. Aunque hay grandes edificios, muchos coches y un metrobús que les funciona bastante bien, Quito se parece más a un viejo que a una persona joven. Es tranquila, lenta, más motivada por las experiencias que por una gran energía de cambio y movimiento. A pesar de haberme encontrado con jóvenes de diferentes partes de la ciudad, esta impresión prevalece: aquí la edad pesa más que el arrojo y es ésta la que dicta cómo se vive.

Con esta sensación a mi lado, empecé a explorar la ciudad. Su centro histórico es hermoso y se encuentra muy bien conservado. Es habitado por cientos de leyendas, desde aquellas que cuentan la regeneración de un padre al que le gustaba mucho la fiesta, hasta algunas que aseguran la existencia de duendes que habitan dentro del volcán Pululagua.

Esto ha hecho que mi imaginación viaje, inquieta, de un lugar a otro, recorriendo los rincones de Quito. Me sorprendió mucho ver que estas leyendas influyen fuertemente en la vida de los jóvenes. Por ejemplo, conocí a un chico metalero, de aspecto rudo, vestido todo de negro, que usaba varios escapularios alrededor del cuello para protegerse de los duendes del Pululagua.Los rituales afectan la vida diaria de las personas, les dan forma y un significado diferente al que tiene en la ciudad de México, una sociedad más individualista y acelerada. Tuve la fortuna de llegar el domingo de Ramos a Quito y fui invitada a participar en la peregrinación para conmemorar este día. Nos reunimos frente a la Basílica del Voto Nacional a las 8:30 de la mañana para iniciar el recorrido hacia la Iglesia de San Francisco. Íbamos encabezados por un Jesús montado en un borrico, algunos sacerdotes y después muchas personas que cargaban ramos, cantaban y rezaban. Encontré gente de todas las edades, lo que más me sorprendió es que hubiera jóvenes en la procesión, yo no esperaba ver personas de mi edad involucradas, pero ahí estaban también, y se unían a los rezos participando activamente en el recorrido.

Conforme avanzamos quedé envuelta entre la multitud. Los cánticos, creaban una atmósfera muy especial, desde donde me encontraba no existía nada más que esas personas, esas oraciones y las palmas que de vez en cuando me rozaban la cara. Hasta el momento, sólo de pensarlo, se me enchina la piel de la emoción. Me sentí profundamente impactada por la religiosidad de las personas y por la fe que depositaban en esta peregrinación para agradar a Dios. Fue sumamente conmovedor estar ahí y poder compartir esta esperanza con los habitantes de Quito.

Pero esta experiencia no es exclusiva de los eventos religiosos, se extiende a diferentes ámbitos de la vida. En el área militar/gubernamental los rituales siguen vigentes, como muestras de poder. El lunes pasado, que grabábamos en la plaza mayor de la ciudad, fuimos interrumpidos por el cambio de guardia de la escolta presidencial. Esta ceremonia ocurre todos los lunes, aún así sigue convocando a muchas personas a presenciar cómo en medio de tambores y trompetas, la nueva custodia jura proteger al presidente Correa y da una vuelta por la plaza central. Siguen asistiendo para ser testigos de este acontecimiento.

Lo que viví me confirma cómo esta gente adopta estos rituales como parte de su vida diaria, les dan cierta tranquilidad y certeza de que el mundo marcha bien, de que todo seguirá como hasta ahora. Me agrada cómo Quito encuentra el mismo consuelo en las costumbres antiguas, como lo hacen las personas mayores en su cotidianidad. Siempre comer a la misma hora da una certeza de cómo es la vida, no habrá sorpresas, y a esta ciudad le gusta tener el control de su rumbo, que no existan sobresaltos, tal cual si tuviera 80 años y toda una vida de experiencia respaldándola.





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